Estaba tomando un café allí en una de las esquinas del centro de Coyoacán. Muy quitado de la pena me movía al ritmo de la batucada y seguía con miradas lascivas a extranjeras y nacionales por igual. Yo no discrimino.
De repente se paro frente a mí una mujer de exageradas proporciones. Claro está que no entendí ni madres de lo que me dijo las dos primeras veces. Pude notar que parecía desesperada o preocupada. Me aclaré la garganta, con la intención de tener la voz más seductora posible; pero antes de poder decirle algo su rostro empezó a desfigurarse, le empezaron a bullir los senos y le temblaban las piernas. En pocos segundos lo que quedó de esa perfecta mujer fue una masa asquerosa en el suelo. No sé si alguien más se dio cuenta; pero yo me levanté y me fui hasta sin pagar.
Aprendí mucho de esa ocasión: Ya no voy a Coyoacán y deje de consumir droga.
¡Ah! Y mi mujer no será, para el resto del planeta, la "más buena" pero la neta la quiero un chingo.
Roy
24/Abril/2004
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